¡Qué extraña nos resulta una mirada tan directa de un desconocido, aunque sea a través de una fotografía! La expresión de la cara de este hombre nos produce cierta incomodidad.
Da la impresión de que está en el dintel de la puerta que separa dos mundos: el suyo y el ajeno.
Aprender a leer expresiones y miradas es largo y difícil. Cuesta. Por eso muchas veces nos gustaría fijarnos sólo en colores, formas y texturas de caras y ojos. Como si detrás de ellos no hubiera más que piedra, madera o metal, como en una escultura. Poder mirarlos con placer o desagrado. Sin implicaciones ni consecuencias. Que esos ojos no penetraran los nuestros. Y, como en este caso, los labios cerrados y la mirada oscura no nos cerrasen el paso. No nos interrogasen...
La puerta, semicerrada, la inclinación inestable del cuerpo, nos alejan. Nos despiden. No pudimos, no quisimos, pasar la frontera.