Suavidad de colores y formas; difuminados luminosos enmarcando el cuerpo sin separarse de él: es lo primero que captamos. Si miramos con más atención -y mirar es algo muy complejo- la delicadeza se va traduciendo en la fuerza y armonía de piel, músculos, huesos...todo lo que forma el organismo del ser más complejo de nuestro pequeño mundo.
La quietud hecha del equilibrio inconcebible de infinitos movimientos podría desconcertarnos si pensáramos en ello. Y asombro sería nuestra principal emoción ante el cuerpo desnudo de una persona. Desconcierto y asombro necesitan tiempo y capacidad de descubrir lo que hay bajo colores y formas: una contradictoria solidez que no reniega de la suavidad y delicadeza con la que se nos muestra.
La quietud hecha del equilibrio inconcebible de infinitos movimientos podría desconcertarnos si pensáramos en ello. Y asombro sería nuestra principal emoción ante el cuerpo desnudo de una persona. Desconcierto y asombro necesitan tiempo y capacidad de descubrir lo que hay bajo colores y formas: una contradictoria solidez que no reniega de la suavidad y delicadeza con la que se nos muestra.
La de la espalda propia es una visión que siempre nos ha sido hurtada. Yo al menos nunca me la he visto. Miro la de otra persona y siento un pudor que no sé explicarme bien, como si vulnerara torpemente un recinto más íntimo todavía que el de la propia intimidad del yo.
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